lunes, 6 de mayo de 2013



HISTORIAS DE LA VIDA REAL 
El papá de Katerina evoca los años 40

EL ENCUENTRO CON MIS PADRES


La historia preliminar de Luisa y Abrahan , ya la conocen . Yo no estaba satisfecha, quería saber más, hice de nuevo preguntas acerca de los motivos de mi “triste infancia”. Me consideraron fastidiosa, así lo creo, porque ambos sólo se dedicaron a la evocación y a traer personajes en sus narraciones que aparentemente no tienen sentido; seguramente para ellos tuvieron un gran significado. He dudado en reproducirles pasajes de la vida de mis padres, por temor a carecer de interés, pero luego me dí cuenta que las vivencias de alguien contadas por sí mismo nunca podrán ser aburridas.
Papá es un poeta, evadió mis últimas interrogantes y decidió hablar sobre la tierra que a ambos nos vio nacer, remontándonos a una época de penurias.
“Barlovento es una región del Estado Miranda, impregnada todo el año del aroma de cacao fresco, antes de que el sol toque las piezas de cemento para llevarse a las alturas ese aroma virgen y traerse consigo el olor salvaje de los lagos secos, dispuestos a viajar hacia remotos países hasta convertirse en el manjar de los dioses, como tradicionalmente llaman al chocolate. Pero también se encarama en los arrullos del mar en la brisa tenue y silenciosa, cómplice el amor y la aventura, comienza en Caucagua para terminar en Cúpira, pueblos de ese mismo estado.
En Barlovento, donde nací, estuvo por muchos años oculto entre las sombras de la ignorancia y la pobreza. La falta de comunicación por la total carencia de vías de conexión, la tiranía de los ríos desbordados, el paludismo, la fiebre infecciosa en especial el desgraciado hecho de no contar con médicos para atender a los pobladores, diezmados por tantas enfermedades y dolencias, constituían un pesado lastre que no permitía el progreso de tan hermosa región. Era tanta la ignorancia y la impotencia de la gente pobre, que se morían afectados por fuertes dolores en el lado derecho del abdomen y como no se contaba con un doctor en medicina, la respuesta del enfermo y luego de los familiares del difunto, era que se trataba de un cólico “miserere’, cuando la dolencia no era otra cosa que una apendicitis aguda convertida en peritonitis. No se podían practicar autopsias porque nadie estaba facultado para hacerlas. Sólo se contaba con dos excelentes boticarios, uno de San José de Río Chico y otro de Río Chico, ambos apóstoles de la medicina pueblerina, sin recursos, a base de preparados, pero medicamentos patentados brillaban por su ausencia. En la zona atendían sus farmacias, en San José, don Edmundo Zeppenfeldt y en Río Chico, don Pedro Lozada.
Ambos graduados simplemente de boticarios de la necesidad. Todos recurríamos a ellos solicitando su ayuda, ante la angustia de no recibirla de un médico. Una vez alguien cayó enfermo con una fiebre que no se quitaba con nada. Se llamaron a los boticarios para una junta. Don Edmundo opinó que era paludismo, don Pedro que era una fiebre infecciosa, parecida al tifus, la solución fue atacar por ambos lados: irina para el paludismo, ayuno total y la ingesta de ajo para la fiebre infecciosa. Al no conocerse un tratamiento para esos casos, los boticarios recomendaron colocarle en el estómago del enfermo una enorme tostada olorosa, apetitosa, de uso externo, porque se decía que era para engañar su estómago, pero sin comérsela. Imaginemos la desesperación del pobre enfermo, además de un fuerte ayuno a cuestas, tener que soportar el martirio muy cerca, encima de su abdomen, de una deliciosa tostada hecha con cebolla, ajo, queso y mantequilla, entre otros ingredientes ¡y no poder devorarla!
Por otro lado no se contaba con odontólogos. Los pobres, muchos de ellos, exhibían las encías, porque perdían los dientes y la esperanza de los que le quedaban fueran arreglados en caso de caries. La única solución era viajar a Caracas con los barcos cargueros o extraer las piezas dentales malas o dañadas con un hombre del pueblo apodado Antípatro, cuando el dolor era insoportable. Era un jugador de gallos, que residía en Río Chico y cuando requerían de sus servicios sacaba su alicate y, sin anestesia ni contemplaciones extraía la pieza dental dañada.
Esto era Barlovento en los años 40 Después, alrededor del 44 cambio la situación porque llego un odontólogo francés, aunque olvide su nombre, no el de la mulata nativa de quien se enamoró llamada Emma Urbani, quedando atrapado para siempre en San José.
Los pueblos de esa región eran ricos por el cacao, la ganadería y la agricultura virgen, sin otra ayuda que la propia naturaleza, pero pobres e incultos encerrados en su mundo de ignorancia por la falta de vías de comunicación. Para ir a Caracas había que ir a pie o en carreta tirada por una mula. Otra opción era esperar en la estación del tren hasta que se pusiera en marcha un tren ruidoso y rudimentario con destino a Carenero, zona costera aledaña a la ciudad capital, donde había un puerto en el cual atracaban los barcos de carga, que recibían pasajeros, quienes se resignaban a una travesía larga y penosa, sin camarotes, tirados en la cubierta como animales, expuestos a la lluvia, al sol, el frío de la noche, en fin a las inclemencias del tiempo después de despuntar el alba.
Una vez que el barco arribaba a La Guaira, otro Puerto, la gente tomaba un vehículo automotor para llegar hasta Caracas por la única vía que existía llena de curvas, aunado al calor asfixiante de la zona, lo cual representaba un auténtico calvario.
Las frutas y verduras también eran trasportadas por la vía férrea, muchas de ellas se podrían en los huácales de madera, cansadas de esperar la llegada de los barcos, que siempre llegaban con retrasos de días o semanas.
Lo más dramático de esta situación era el traslado de los enfermos, se utilizaban hamacas, que hacían la función de una ambulancia improvisada. Las hamacas fabricadas con una fuerte tela, eran agarradas por cuatro o seis hombres, quienes la sujetaban con paso acompasado a través de largas caminatas, paso de ríos y sorteando toda clase de dificultades, a veces sin percatarse que el enfermo había muerto en el trayecto.
Las carreteras tenían tantas piedras que la llamábamos “costillas de muertos”. Los pueblos sin energía eléctrica, alumbrados con débiles lámparas de carburo que se apagaban a media noche, quedando todo a merced de las tinieblas, sin radios, sala de cines, sólo existía un radio que estaba conectado a una batería de automóvil, se escuchaba en la Plaza de San José, en un kiosco hecho de hojas de Palma, las noticias, comedias, que hoy llaman novelas, hasta que se agotaba la batería, entonces todo era silencio, un silencio penetrado por los ladridos de los perros, por los borrachitos trasnochadores y el croar de las ranas y sapos retozando de una calle a otra, que el agua de las lluvias habían llenado a través de las nubes traviesas. Cuando llegaba la madrugada se rompía el silencio en los potreros bajo el compás del bramar de las vacas. Los peones se levantaban sin la ayuda del reloj despertador, bastaba sólo la complicidad de la costumbre. No faltaba el cuarto de aguardiente, que les daba ánimo a estos hombres curtidos por el sol y amamantados por las noches de luna. Era un ritual empinarse el frasco con el aguardiente antes de comenzar la faena, de amarrar el becerro a la parte delantera de la vaca y estirar  las ubres para que se dejaran ordeñar. Entonces comenzaba el concierto del ordeño: los cantos de los peones, el ruido de los baldes  de leche llenos de espuma. Los ordeñadores les cantaban a las vacas por su nombre…..ponte MEDIO LUTO ponte, ponte SOL OSCURO ponte, órdenes que salían de la garganta de estos hombres para perderse en la madrugada fugaz inundada de estrellas y girando a los montes dormidos hasta el amanecer.
La leche se vendía en San José de Río Chico, en los 50, a Bs. 1 el litro, sin pasteurizar.
El negro Eustaquio, el capataz, salía de la Hacienda Flor de Mayo al pueblo con su carretilla llena de envases de leche para surtir a su clientela con latas de un litro o medio litro. La carne de res se vendía a Bs. 1,50 el kilo. El hígado, la lengua, las vísceras se las regalaban a la gente muy pobre.
En esa época vivía en San José un hombre recio bebedor de aguardiente, negro y calvo llamado Santos Osorio, que tenia su carnicería en las puertas de su casa. Era un buen hombre, pero lamentablemente belicoso. Vendía su carne temprano en la mañana para comprarse su litro del aguardiente caña clara y tomárselo con sus amigos hasta caer la tarde.
San José de Río Chico, un pueblo de rutina, de costumbres sencillas, poblada por gente de color oscuro pero de alma blanca, que despertaban al frenesí cada 24 de Junio, Día de San Juan. Las negras olorosas a jabón azul y con el cabello ensortijado, impregnados de aceite de coco, salían rumbo a La Colonia, que era el sitio elegido para prender la fiesta. Tronaban los tambores, el culepuya-instrumento musical-.las maracas, las danzas autóctonas, los hombres extendían los brazos para agarrar a las hembras dando cinco pasos para el frente y cinco pasos hacia atrás con la cintura apretada, enloquecidas por el ritmo y el fuego de un presagio furtivo de una loca carrera hacia la sabana que escondía amores y pasiones, aferrados a las tinieblas y las fantasías.
En uno de esos momentos de inspiración, compuse este poema, que describe la celebración de esta fiesta.
“CANTO A LA TIERRA QUERIDA, QUE AÑORO EN LA LEJANíA, CANTO AL CUATRO Y LA FULIA SOBRE UNA COPLA PERDIDA, CANTO A AQUEL MONTE DORMIDO SOBRE LA CUNA DEL RíO, AL TUY CON SU PODERIíO POR EL MES DE MAYO ENTERO Y AL GUAPO GALLARDO Y FIERO LEJOS DE DONDE HE NACIDO. CANTO AL AMOR IMPRUDENTE DE LA SABANA ESCONDIDA, AL DOLOR QUE SENTIRíA SAN JOSé SI NO LLEGARA EL SAN JUAN CON SU ALGAZARA Y EL CARMEN CON SU ALEGRíA. CUANDO SAN JUAN LLEGA EL DIA PARECE SER DIFERENTE FLUJE LA SANGRE CALIENTE SIN PENA Y MELANCOLíA, CANTA EL CUATRO Y LA FULÍA SIN QUE NADIE LE REHUYA Y SE ESCUCHA EL CULEPUÑA TRONAR CON VOZ PRETENCIOSA PORQUE LA NOCHE ES HERMOSA COMO UN CANTAR DE ALELUYA. BAILA LA CULEBRA MUERTE Y EN SU DANZA MISTERIOSA Y UNA NEGRA BUENAMOZA AL FIN DEL BAILE DESPIERTA, LA GRACIA DE COSA INCIERTA Y EN AQUEL AMBIENTE SANO, EL TAMBOR DE MANO EN MANO VA SIVIENDO DE MENSAJERO : NEGRA CUANTO TE QUIERO AUNQUE ME PEGE TU HERMANO. AL FINAL EL AGUARDIENTE CALMA LA SED ABRAZADORA Y VA INNUNDANDO LA AURORA CON SU LUZ LA TIERRA ARDIENTE, CAYO LA VOZ DE LA LUNA Y SU BRILLO VACILENTO, YA SE DURMIÓ BARLOVENTO EN LOS BRAZOS DE SU FORTUNA.”
“Después que terminó mi mandato como prefecto en San José, en el 55, cae Pérez Jiménez, para entonces presidente de Venezuela, y nos fuimos a vivir para Caracas. Mamá ya había muerto y papá se quedó a vivir en Villa Fortuna. Allí se enamora de Paulita , una muchacha que crió mamá, Paulita en una noche de pasión, que se dice fue con mi tío, uno de los hermanos de mamá, dejo el nacimiento de un hijo: Albertico, como afectuosamente los llamamos. Papá tal vez, para congraciarse con Paulita se encarga de la crianza de su hijo hasta que por su vejez tiene que venir a vivir con nosotros. Albertico también se mudó a compartir nuestras vidas como un hijo más hasta que al crecer tomó su propio camino.”

Así, mi papá, Abrahan , da por terminado el tema de su pasado. Ya me doy por vencida. No hay más preguntas.

CONTINUARÁ 

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