miércoles, 1 de mayo de 2013


HISTORIAS DE LA VIDA REAL 

 Katerina lucha ante la infidelidad 

LAS TENTACIONES

Los hombres que temen o que impiden que sus esposas trabajen basados en el hecho de que el hogar y los hijos necesitan de ellas, son aquellos que saben que no las hacen felices o no están a su altura. La formación moral, el respeto, la magia y el amor en una pareja, son los puntos cardinales que te llevan a la fidelidad conyugal.
Los principios morales que absorbes en el hogar, en la familia y los que te son innatos, visualizan cómo actuar de acuerdo a cada situación que se presente.
Katerina en su vida profesional y personal ha enfrentado tentaciones que tambalearon su integridad, la enfrentaron con el pecado y con nuevas sensaciones.
Cuando ejercía como abogado, recibió muchas ofertas de soborno para traicionar a sus clientes, ofreciéndoles sumas de dinero considerables. Los poderosos en el campo judicial le hicieron proposiciones sexuales a cambio de obsequios: ascensos o inclinar la balanza a su favor en un juicio.
Muchas veces se preguntó por qué ella tenía tantos prejuicios, era su época de oro como profesional y las oportunidades había que tomarlas y aprovecharlas. Las barreras morales, el sentido del honor y el ejemplo le impidieron sucumbir.
Katerina como miembro de IPPO, por ser esta una Organización Internacional que agrupa a los más reconocicdos profesionales que escriben o son editores de revistas especializadas, recibía invitaciones de todas partes del mundo para asistir a docenas de eventos al año. Ella seleccionaba a los que les era conveniente, por el tipo de avances tecnológicos que allí se presentaban. Generalmente iba a Chicago en EE.UU. y a Dusseldorf en Alemania.
Era la segunda vez que acudía a Dusseldorf a trabajar, fue invitada a una cena, era primavera, la noche era hermosa, agradable y solitaria, aunque a su alrededor el gentío era impresionante.
Las reuniones de trabajo, sólo son eso, incluyendo la parte social, así que Katerina hacía acto de presencia y era una de las primeras en irse. Saliendo a pedir un taxi para regresar a su hotel, la aborda un hombre con apariencia de actor de cine por su porte. Al hablar se enteró de que era argentino, así que pudieron conversar en forma clara, fluida y confortable. Sostuvieron una corta conversación porque él fue al grano: “te vi en la cena, te observé toda la noche y quiero pasar la noche contigo”. Dios,¡qué atrevido! qué le contesto? Terminó por darle una excusa y salió corriendo.
Otras de las citas de los miembros de IPPO, fue en Chicago a finales de los 90, para asistir a un evento que generalmente tenía lugar en el mes de noviembre. En esta época el clima es terrible, frío y los vientos helados, por eso es llamada “La Ciudad de los Vientos”. Katerina también estaba presente, trabajó arduamente, recopilando la información para su revista, compartió con los colegas y asistió a los compromisos sociales pautados para los periodistas y editores de las publicaciones acreditadas.
Durante su trabajo como editora y los viajes que realizaba, Katerina conoce en Alemania a un Ingeniero de Empaque, Jorge Marcondes, un corpulento, buen mozo, atractivo y encantador brasilero, profesor de una Universidad en California, USA. Se hicieron amigos. En dos ocasiones, ella lo invita a Venezuela a dictar Seminarios organizado por su Editorial, y con cierta frecuencia se veían por cuestiones de trabajo.
En esa oportunidad, en la Ciudad de los Vientos, hubo una conexión entre ellos diferente, en sus ojos al mirarse había un brillo inusual.
Una de esas noches heladas de Chicago, colegas de IPPO, organizan una visita a un centro nocturno donde se oiría lo mejor de los blues de la ciudad.
Blues, la música, es una manera de liberar los sentimientos, símbolo de una tristeza, de la historia de la esclavitud de un pueblo, la manifestación de una condición de vida. Cuando los esclavos, en su mayoría de raza negra, procedentes de la Costa Oeste de África, llegaron en 1619 a Virginia, Jamestown, para trabajar en plantaciones de algodón trajeron con ellos su folklore, componiendo canciones con ritmos regulares en los que expresaban su desolación por haber sido desarraigados de su tierra.
Jorge y Katerina habíamos terminado de trabajar tarde, pero sonaba bien ir a compartir con amigos y conocer un poco más la ciudad y sus atracciones, así que se unieron al grupo.
Llegaron a un sitio, tipo Pop, donde la gente baila, bebe de pie; bullicioso, pero animado. Las canciones impregnadas de añoranzas, emociones, reconcomios, hacen remontarse al pasado y, a los que son sensibles, lo entristecen de inmediato. Pero la gente allí no está para compartir los sentimientos que encierran los bues, vienen a pasarla bien. Como había que seguir trabajando al día siguiente, después de beber varios cócteles alcohólicos, los integrantes de la “misión” de IPPO se dan de baja y cada quien se dirigió a sus respectivos hoteles.
Jorge se ofrece acompañar a Katerina al suyo, llegan hasta la puerta, de despiden con un beso fugaz en la mejilla y se dan las buena noches, de pronto él regresa y le pide que revisen una información de trabajo y que, por favor, si lo podían hacer en un saloncito que estaba cerca de la habitación de Katerina. Ambos deseaban lo mismo. Estaban hechizados. Revisaron la documentación y ya, ante la puerta de la habitación, él intenta entrar y ella abrirla para que lo haga. Los dos eran inexpertos en el arte de la infidelidad. El respeto y amor a sus respectivas familias se impuso y Katerina entró sola a su habitación. Fue la última vez que se vieron.
Adolfo  y sus hijos era lo que Katerina más quería en su vida, confiaban en ella, era feliz a su lado, la amaban, no iba a traicionarlos, ni poner en peligro su tranquilidad futura por un sortilegio.
Muchos años después, una mañana, Katerina recibe una llamada de la esposa de Jorge para participarle que él deseaba que Katerina supiera que se estaba muriendo. Un cáncer se había apoderado de ese cuerpo joven, lleno de vitalidad, lo estaba destruyendo y venciendo.
Su estado era terminal, no podía ya escribir, ni leer y casi hablar. Katerina no lo asimilaba, no sabía que hacer para llegar hasta él y darle consuelo. Le escribe una larga carta lenitiva, que la esposa de Jorge le leería, y le manifiesta su afecto, respeto, reconocimiento y, sobre todo, el legado de integridad y amor que recibirían todos aquellos que lo conocieron.
Durante unos pocos meses, Katerina y la esposa de Jorge se intercambiaron e-mails para estar al tanto de la evolución de la enfermedad, hasta que recibió el esperado, pero temido mensaje: “Jorge ha muerto”.  


CONTINUARÁ 





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