martes, 16 de abril de 2013




HISTORIAS DE LA VIDA REAL


ANÉCDOTAS DE UN ROMANCE


En la fiesta él bailó con sus amigas, la ayudó a atender los invitados y por fin le tocó el turno a Katerina .Era una canción lenta, un bolero, de pronto sintió que le ciñe la cintura, la aprieta y la atrae junto a él, muy pegado a su cuerpo, y allí, de inmediato se pregunto: ¿serán ideas mías pero cómo que él me está coquetiando?.
Antes de que terminara la velada él se despide y ella lo acompaña hasta la puerta, se dieron un beso sutil pero que envolvió un mañana.
La llamaba todos los días, empezaron a salir frecuentemente y Katerina inicia la lucha por no comprometer de nuevo su libertad.
Una noche después de un mes de salir juntos, la invita a cenar a un restaurante francés y pregunta que si quería champaña porque habían ordenado langosta. Ella le da las gracias pero prefiere solo tomar un común vino blanco. El se desconcertó, quizás estaba examinado sus actitudes, o se asombró de que rechazara tan exquisita y costosa bebida. En Venezuela, país machista es muy frecuente que una mujer aproveche las invitaciones de un hombre, (es usual que él siempre pague la cuenta) y elija lo más costoso. Por cierto, el detesta el pepino en las ensaladas y a ella le encanta.
Otra noche él invita a las amigas de Katerina a conocer su casa. Vivía en un penthouse espectacular, finamente decorado. La mesa fue servida por una persona vestida de negro que acudía a servir al son de una campana que él le tocaba cada vez que era necesario. Eso era una extravagancia, si tomamos en cuenta que vivían en una ciudad del interior.
Esa noche, de primer plato comieron unos espaguetis al pesto, luego les sirvieron unos sorbetes de limón. Cuando los trajeron, ella se topa con la mirada de angustia de sus amigas, pero permanecieron en silencio. Seguidamente les sirvieron dos platos principales, el postre, café y diversos licores digestivos...
Katerina, al terminar velada, invita a las amigas a su casa para los comentarios de rigor. Al llegar, les preguntó cúal era el motivo de la mirada de angustia que notó durante la cena, cuando se oyeron unas carcajadas emitidas al mismo tiempo por ellas, quienes le confiesan: “sabes, cuando terminamos el primer plato y nos traen el helado de limón pensamos que tu amigo era un hombre miserable, tanta elegancia y sólo nos da un plato de pasta, que si hubiéramos sabido nos hubiéramos comido hasta el ultimo espagueti y luego de postre nos ofrece un poquito de helado de limón”. Ahora fue Katerina la que rió por varios minutos, no podía parar, esto es el colmo de la incultura, les dijo ¿no saben que los franceses después del primer plato sirven un sorbete de frutas para preparar el paladar para la comida que sigue?.

Por cierto, una de esas amigas que era juez, después que Katerina y él se hicieron novios, en una reunión, lo conminó: “Yo se que yo te gusto, tienes que elegir entre ella o yo” Al enterarse Katerina le dio gracia. Ella estaba muy segura del amor que él le profesaba,- su autoestima siempre ha sido alta - y sabía que tal hecho obedecía a la soledad y envidia en que “su amiga” estaba inmersa.
Otra de las anécdotas del noviazgo fue una vez que él la invita a pasar el fin de semana a Maracaibo, un lugar bellísimo de Venezuela, pero Katerina con su mente conservadora, que pensaba que uno no podía hacer el amor con un hombre sin estar casada, se negaba a aceptar ir con él, hasta que se dijo: “no seas mojigata ya eres una mujer divorciada, además cómo vas a saber como es él en realidad si no compartes íntimamente. Un viaje solos es el momento propicio”.
A  su hija la dejó con una persona de confianza para estar segura de que con ella iba a estar bien cuidada y se fue con él a Maracaibo.
Cuando llegaron al hotel, se cambiaron de ropa por unos shorts y zapatos deportivos. Con el nerviosismo propio de “la primera vez “, lo que hicieron fue bajar al bar a tomar un trago, quizás para calmarse.
Al entrar lo primero que ella vió, fue uno de los jueces en cuyo tribunal ejercía y a uno de sus amigos abogados, que para empeorar las cosas era uno de sus enamorados, pero casado, que una vez le regalo un disco con una canción “no quiero morir sin tener algo contigo”. Aunque le halagaba su interés y su “romanticismo”, porque ella también lo era a rabiar, el alto concepto que tiene de la fidelidad le impidió tomarlo en serio. Volviendo al bar del hotel, y ante ese inesperado encuentro, ella sintió como si la hubiesen atrapado cometiendo un delito y al no tener otra alternativa que saludarles y presentarles a su acompañante, lo que se ocurrió fue decirles: “les presento a un cliente”, sus miradas se detuvieron en la informal vestimenta y extendieron la mano para decirle a él: “mucho gusto”.

CONTINUARÁ .

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