jueves, 11 de abril de 2013



HISTORIAS DE LA VIDA REAL

EL CAMPO DE BATALLA


Comienza el año más difícil de la carrera, el posterior a la graduación, el de lograr ejercer la profesión de abogado. Muchos se quedan trabajando como escribientes o secretarios en los Tribunales porque se gana buen dinero con las dádivas de los abogados. Otros se buscan cargos de profesores o simplemente se meten a comerciantes o empresarios. El sueño de Katerina era luchar en los campos de batallas. En esto la ayudó mucho un tío político, Manuel Olivares Betancourt, quien la conectó con una abogado Lesbia Rodríguez Mérida, que ejercía en Maracay, una ciudad situada a dos horas de Caracas. Se muda y pasa de la teoría a la práctica. Lesbia era una “tigra” como abogado, sabía casi todos los trucos utilizados por los colegas para ganar los casos, sus mañas y trampas. Fue una gran profesora para Katerina. Le enseñó que cuando uno representa un cliente no hay nada más importante que lograr su objetivo, “para eso te pagan” le decía a menudo. No hay titubeos, ni contemplaciones, ni debilidades, hay que concentrarse en lograr tu cometido. Muchos años después, Katerina se enteró que Lesbia había muerto en un accidente automovilístico de la manera más tonta. Al parecer estaba fumando un cigarrillo mientras manejaba y se le cayó, bajó la cabeza para tratar de localizarlo, por unos segundos, su carro se salió del carril y un camión impactó su vehículo.
Hubo un caso jurídico en que Katerina tuvo que poner a prueba su temple como abogado. Ella representaba al dueño de una casa que la alquiló a un matrimonio, estos dejaron de pagarle la renta por mucho tiempo por lo que se vio obligada a intentar un juicio de resolución de contrato por incumplimiento. El juicio duró casi dos años. Katerina siempre termina lo que comienza, así que logró ganar el proceso y entraron en la fase de entrega material del inmueble. El tribunal les fijó un plazo prudencial para que desocuparan, al que hicieron caso omiso. Ante tanto abuso, Katerina pide al Juzgado que se traslade a la casa para hacer efectiva la sentencia con la ayuda de la policía.
Eran como las 3:00 PM de un día caluroso. Al llegar, el matrimonio empieza a hacer resistencia, a propinar insultos, como éstos no dan resultados recurren a la parte afectiva, les enseñaron un traje de primera comunión de su hija, quien, según ellos, tendría la ceremonia el día siguiente y también manifestaban, no tener lugar donde ir. Katerina, tuvo que despojarse de su condición de ser humano para representar el papel de abogado y le pidió al juez que cumpliera con el mandato de desalojo. Terminaron de sacar todas las pertenencias de la familia como a las 10 de la noche y le devolvieron la casa a su dueño.
Katerina, que había dado a luz recientemente a su hija, al regresar a su hogar se derrumbó, por primera vez sintió la dureza de su profesión. Ella actuó de acuerdo a la Ley, pero le afectó emocionalmente ver toda una familia en la calle, sintió una profunda tristeza. Cuando hacía su trabajo cerraba la puerta de su vida privada, de sus sentimientos para abrir la otra: la de abogado implacable. Por eso jamás aceptó representar a alguien que la razón y la justicia no estuvieran de su parte. Sólo así lograba defender los intereses de sus clientes sin mirar para atrás.

En Maracay ejerció el cargo de Notario y Fiscal de Familia del Ministerio Público, lo que le sirvió para enriquecerse profesionalmente.
Katerina se traslada a otra ciudad, Barquisimeto, por disposición del destino.
Allí continúa con el ejercicio de la profesión, se ocupa de los casos que otros abogados rechazaban por difíciles o porque el cliente no tenia dinero con que pagar. Los tomaba a su riesgo, con la condición de un elevado porcentaje de honorarios, y cuando los ganaba, no solo satisfacía a sus clientes, sino que con ellos hizo su primer millón de bolívares, que para ese entonces era como un cuarto de millón de dólares.
Un caso que tuvo mucha notoriedad y que la llevó al hall de la fama, la hizo entender como actuando legalmente le puedes ganar a un abogado petardista. Un colega, que estaba invicto y si bien no sabía mucho de derecho, había hecho un master en trampas, le tocó como contraparte en un juicio. Se trataba de un interdicto. El colega demandó a un cliente de Katerina, despojándolo de sus tierras y a un hombre desconocido, a quien llamó Juan Hernández. En ese entonces no se requería identificar a la persona con su Cédula de Identidad o ID. Lo cierto y para hacer corto el relato, es que para que Katerina pudiera defender a su cliente tenía que traer a juicio a Hernández, pero nadie sabía quién era.Pensó Katerina: “Así es que tú peleas”, al referirse al colega, no cantes victoria, puntualizó. Se fue a la Oficina de Identificación y Extranjería, en la cual se registran todos los ciudadanos al nacer. Se las arregló para obtener una lista de todo los Juan Hernández que estaban inscritos en la ciudad y sus direcciones. Algunos se habían mudado, otros estaban muertos y otros eran menores de edad, hasta que localizó a un señor, que era campesino, de casi 80 años que tenía el mismo nombre del inventado por el colega. Otra odisea fue convencer a un hombre mayor de intervenir en un juicio. Él no entendía nada, creía que lo podían hasta meter preso. Se le tuvo que explicar casi una docena de veces, que se trataba de un formalismo, sólo tenía que darse por citado, que realmente era el cliente de Katerina el que pelearía para recuperar sus tierras. Al fin el “vil dinero” hizo abrir la mente del viejecito. Pasaron algunos meses pero el cliente de Katerina tuvo de vuelta lo que le pertenecía.
Katerina le temía a todo lo relativo a la materia penal, pero consideraba que su formación profesional requería abarcar lo más posible, por lo que decide aceptar temporalmente, en dos oportunidades, el cargo de Juez de Instrucción Penal. Ella era la que dictaba los autos de detención a los indiciados, pero tanto era el estrés que terminó volviendo a ejercer libremente como abogado litigante.
Recuerda que siendo juez, se le presentó un caso de un ladrón que le arrebató una cadena de oro a una señora, llegó el momento del reconocimiento del sospechoso y dio positivo. El acto fue como en las películas: hay un ventanal donde se colocan a varias personas y del otro lado, dividido por un vidrio, están las víctimas o los testigos. Los recaudos del expediente, porque los juicios en Venezuela son escritos, arrojaban su culpabilidad y Katerina ordena que lo pongan preso y lo procesen. A los pocos minutos de dictar su sentencia vino la esposa del presunto ladrón a hablar con ella. Le explicó que tenían un hijo recién nacido, que su esposo había perdido el trabajo y que si actúo indebidamente fue para traer el pan al hogar. Katerina la oyó y le contestó que ya nada se podía hacer porque había sido sentenciado.
Pero le creyó a la mujer y sintió que quizás merecían una oportunidad. Como el caso debía ser revisado por Ley por un tribunal de mayor jerarquía que confirmaba o modificaba su decisión, llamó al Juez para pedirle que la revocara. Nunca supo si lo hizo. Sabía que legalmente merecía ser puesto en prisión, no obstante el estado de necesidad podría ser una atenuante para un nuevo inicio.
Hubo un caso que la hizo sentir impotente ante la justicia, el amor y la vejez. Durante su función como Presidente del Comité de Damas de Barquisimeto, posición que ocupaba porque su esposo era Presidente de la Camara de Industriales de esa ciudad, logró hacer un grupo de señoras integrado por sus amigas y las esposas de la Directiva; entre muchas de sus metas se propuso dar amor, compañía y suministros a orfanatos y ancianatos. Recuerda como iban a los albergues a limpiar los baños y cuartos de los recintos, dotarlos de lencería nueva, hacerles fiesta y pasar largos ratos con sus huéspedes: era gracioso ver a las damas de la sociedad barquisimetana, bien vestidas y con joyas haciendo esos trabajos, pero lograron una hermandad donde el espíritu de servicio las unía. En una de las visitas a los ancianatos conoce a Elena, una viejecita de carácter dulce, alegre y muy conversadora. Se hacen amigas y en una oportunidad le cuenta la historia de su estadía en ese lugar. Ella viviía con su único hijo, eran felices juntos, había quedado viuda y se dedicó a educarlo y hacerlo un hombre de “bien”. Llega el momento de que su hijo se enamora de una linda joven y contrae matrimonio. Elena para demostrarle su amor le regala la casa donde vivían y legalmente se la pasa a su nombre. La esposa de su hijo, que era una mujer conflictiva, codiciosa, llena de resentimiento porque nunca tuvo el amor de sus padres, se encargaba con frecuencia de inyectarle “su veneno”, hasta que logra separarlo afectivamente de su madre y, por último, que él la envíe a un ancianato.
Ante esta injusticia Katerina se propone ayudar a Elena, revisa la documentación y se da cuenta que se hizo una venta legal, que pedir su anulación tardaría años, tiempo que Elena no tenía, y además traería más pesadumbre a su vida.
Katerina, durante sus años como abogado ejerció su profesión con equidad. Cada dinero que recibió de sus clientes, se los devolvió con su trabajo. Utilizó armas pero sólo le disparaba al enemigo en legítima defensa.
Los abogados en el mundo son famosos por el tema ligado al engaño. En Venezuela, es común pensar que todos los flojos, los que estudian únicamente por obtener un título universitario, eligen la carrera de derecho. Llegando más lejos, ser abogado pareciera un descrédito. Quizá muchos son merecedores de ese menosprecio, pero hay un gran número que utilizan la Ley para ganar y son unos enamorados de su profesión, un fiel ejemplo es un amigo de Katerina, Jorge Anyelo Armas, un joven talentoso y sabio abogado que a pesar de las penurias que diariamente tiene que enfrentar por el hecho de ejercer en Venezuela, se divierte descubriendo en la Ley como ganarle a su contrario.

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